jueves, 12 de noviembre de 2015

De la mano y de puntillas (reflexión)



Hoy he visto un vídeo en el que salían diferentes mujeres dándole la noticia a sus parejas de que iban a ser papás. Me he emocionado. Los miraba, tan sorprendidos... y ellas, tan ilusionadas... y me llenaba de alegría el mero hecho de reconocer su dicha, de ver cómo crecía el amor por un instante entre ellos dos al compartir aquella noticia. Cuando acabó el vídeo seguía con la lagrimilla en el ojo pero reconocí en mi interior un ápice de envidia que me entristeció. 

No me siento desdichada por no poder ser una de esas mujeres, ni por no saber si algún día podré tener un hijo. No las envidio porque vivan en un mundo feliz, pues yo también tengo a mi lado a personas que me quieren. 

Me sentí mal porque las envidié, a cada una de ellas. Tanto como me había puesto en su lugar al principio, con la misma fuerza las envidié durante unos segundos al final. Las envidié porque ellas habían podido capturar uno de los mejores momentos de la vida, aquel en el que le cuentas a la persona que amas que tienes dentro de ti una gran parte de ambos.

Dos suspiros bastaron para volverme a alegrar, esta vez por mi. Yo tengo una persona amada, y que me corresponde, con la que intentar gestar una vida nueva. Tengo una familia de dos, y bajo el techo de esta familia cabe mucho amor, y por ello me animo. No son solo ganas de un hijo, no son solo ganas de compartir, no son solo ganas de sentirse madre. Es todo eso y mucho más.

Nunca hasta ahora había estado tan cerca de que alguien me llamara mamá, porque hasta ahora nunca había intentado quedarme embarazada. Puede que sea tarde, los médicos dicen que la edad no perdona. O puede que acabe siendo imposible, la fertilidad no es una ciencia exacta. Puede que sea un camino lleno de altibajos, de pruebas que superar, de muchos gastos económicos... Pero sea como sea, a partir de ahora es nuestro momento. No antes. No quiero ser madre solo por serlo. Este es un proyecto de los dos, y como tal, ambos iremos juntos, hacia donde tengamos que ir para conseguir nuestro sueño. 

Solo junto a mi pareja quiero ser madre, y en parte, algo así ya me siento. Pienso en la cigüeña que trae al bebé a casa y sé que en algún lugar, o mejor dicho en algún momento, él estará ahí, viniendo hacia nuestros brazos. 

De la mano vamos en su búsqueda.
No nos falta fe para encontrarlo.
Ni nos sobra tiempo para descansar.
De puntillas vamos caminando.
No queremos alterar la paz que nos rodea.
Ni queremos obligar al  mundo a dárnoslo.

De la mano y de puntillas, juntos, 
porque dormido nos estará esperando.
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